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Regalo un díaa de ocio en . tado y estar ahora soñando con lo que más me gusta. Que soy un trillonario y vivo de fiesta en fiesta rodeado de jóvenes estrellas, todas enfundas en apretados trajes de lurex con un agujero por la entrepierna y por delante otros dos, por donde se les escapan las duras tetas. Tres o cuatro enmascaradas putas que me chucean y me chucean con latiguillos de seda. Y yo con mi copa mágica. Esa que, por

Regalo un día de turismo en curso de deporte extremo barranco acuatico Teruel . o, en el aspecto personal de la acción no valiosa. Ambos factores son determinantes; aunque es de remarcar, que mientras se reconozca, en las disposiciones legales, un rol esencial a la producción de un resultado, éste constituye el factor primario del juicio jurídico de desaprobación de la acción (6). El reconocimiento de los elementos subjetivos no es óbice para que se niegue el carácter objetiv

Regalo un día de excursión enoferta deporte extremo aereos Leon . amente. — ¡Qué horrible! —dijo Margot—. ¿Por qué no vamos a la sombra? —Tiene razón —convino Wilson—. ¡Mire! —y señaló mientras hablaba—. ¿Ve usted esos matorrales? —Sí. —Allí entró el otro búfalo. El peón dice que cuando se cayó, el animal también estaba en el suelo. Se puso a mirar cómo nos alejábamos y cómo huían los otros dos animales. Cuando levantó la vista, el búfalo se había incorporado,

Regalo un día de . sintió asir el poste de la cama para sostenerse, y dio gracias no pronunciadas. La cabeza instintivamente inclinada hacia atrás, agarró firmemente la parte superior de sus brazos, sus dedos hundiéndose a través del fino lino de su camisa para agarrar el cálido acero debajo Adrian esto está mal Él dio fin a la hábil caricia. Eso nunca ha estado mal entre nosotros, no ocho años atrás, no

Regalo un día de curso de deporte extremo barranco acuatico Teruel . a su amante, doña Inés de Suárez, a su regalado gusto, lejos de los ojos enclaustrados de la Inquisición peruana. Yo lo comprendía sumamente bien: venir tan lejos para fornicar a destajo. Esperaba que hubiera valido la pena. Nada de polvos rápidos para él en este cerro Santa Lucía. Estuve parado un buen rato, ahí, al pie de ese montículo masivo, a un costado de la Alameda Bernardo O’Higgins, sin d

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